Que las radiaciones
electromagnéticas pueden afectar gravemente a la salud de todos los seres vivos
no es discutible por mucho que algunos se empeñen en negarlo. La evidencia la
dan los hechos: son decenas de miles las personas que han enfermado –y muchas,
muerto– a consecuencia de ellas. Y cuando alguien afirma que no está demostrada
“científicamente” la causa de todas esas enfermedades y muertes demuestra que ES
UN IGNORANTE O UN MANIPULADOR. Existen estudios científicos suficientes para
afirmarlo. Aunque las empresas implicadas tengan tanto poder como para
silenciarlos financiando otros estudios con la intención de sembrar la duda. Ya
lo hicieron en su momento las compañías tabaqueras que se pasaron décadas
afirmando también que no estaba “científicamente” demostrada ´por ejemplo la relación del tabaco con el cáncer.
A muchos lectores les sorprenderá, teniendo en cuenta las
declaraciones oficiales asegurando que no hay “evidencias científicas” de que
la telefonía móvil sea peligrosa, que sea tan rotundo afirmando que sí existen.
Pero lo mantengo. Como mantengo que quienes lo niegan tienen la misma
información que yo.
En los recuadros que acompañan este artículo el lector podrá ilustrarse con datos que le servirán para reflexionar. Por mi parte, tengo intención de dar a conocer los trabajos que evidencian los peligros de la radiación electromagnética. Y no sólo de la telefonía móvil. Pero empezaré a hacerlo el próximo mes. En este instante prefiero que el lector tenga conocimiento de que mis afirmaciones no son producto de una creencia personal con escaso fundamento. Y afirman lo mismo ilustres científicos a los que, o no se escucha, o se les ignora. Veámoslo.
La Dirección General de Investigación del Parlamento Europeo recibió en su departamento de Evaluación de Opciones Científicas y Tecnológicas un informe (su resumen fue publicado en marzo del pasado año) titulado “Los efectos fisiológicos y medioambientales de la radiación electromagnética no ionizante” que fueelaborado conjuntamente por el Instituto Internacional de Biofísica de Neuss-Holzheim (Alemania) bajo la dirección del prestigioso doctor G. Hyland y el Departamento de Física de la Universidad de Warwick (Gran Bretaña). Pues bien, en él, además de todo tipo de consideraciones científicas sobre los peligros de la telefonía móvil, se hacen –a modo de conclusiones– varias recomendaciones muy concretas en la confianza de que tanto el Parlamento Europeo –en su calidad de órgano legislativo– como la Comisión Europea –en tanto órgano ejecutivo– las tuviesen en cuenta. ¿Y cuáles son? Pues veámoslas.
En los recuadros que acompañan este artículo el lector podrá ilustrarse con datos que le servirán para reflexionar. Por mi parte, tengo intención de dar a conocer los trabajos que evidencian los peligros de la radiación electromagnética. Y no sólo de la telefonía móvil. Pero empezaré a hacerlo el próximo mes. En este instante prefiero que el lector tenga conocimiento de que mis afirmaciones no son producto de una creencia personal con escaso fundamento. Y afirman lo mismo ilustres científicos a los que, o no se escucha, o se les ignora. Veámoslo.
La Dirección General de Investigación del Parlamento Europeo recibió en su departamento de Evaluación de Opciones Científicas y Tecnológicas un informe (su resumen fue publicado en marzo del pasado año) titulado “Los efectos fisiológicos y medioambientales de la radiación electromagnética no ionizante” que fueelaborado conjuntamente por el Instituto Internacional de Biofísica de Neuss-Holzheim (Alemania) bajo la dirección del prestigioso doctor G. Hyland y el Departamento de Física de la Universidad de Warwick (Gran Bretaña). Pues bien, en él, además de todo tipo de consideraciones científicas sobre los peligros de la telefonía móvil, se hacen –a modo de conclusiones– varias recomendaciones muy concretas en la confianza de que tanto el Parlamento Europeo –en su calidad de órgano legislativo– como la Comisión Europea –en tanto órgano ejecutivo– las tuviesen en cuenta. ¿Y cuáles son? Pues veámoslas.
RECOMENDACIONES AL PARLAMENTO EUROPEO
El primer punto del informe en este sentido no deja lugar a
dudas. Porque en él se dice textualmente lo siguiente: “Se desaconseja
enérgicamente que los niños (sobre todo, los adolescentes) utilicen de forma
prolongada y sin necesidad teléfonos móviles por su creciente vulnerabilidad a
posibles efectos perjudiciales para la salud.” Rotundo, ¿no? Pues
inmediatamente a continuación echa un rapapolvo a las compañías implicadas: “La
industria de la telefonía móvil debería evitar fomentar el uso prolongado de
teléfonos móviles por parte de los niños utilizando tácticas publicitarias que
explotan la presión de los compañeros y otras estrategias a las que los jóvenes
son susceptibles, como la utilización (ahora interrumpida) de personajes DISNEY
en los teléfonos.”
La verdad es que hay ocasiones en que sobran los comentarios. Así que me voy a permitir transcribir –literalmente– las demás recomendaciones:
La verdad es que hay ocasiones en que sobran los comentarios. Así que me voy a permitir transcribir –literalmente– las demás recomendaciones:
• “La industria de la telefonía móvil debería aclarar
a los consumidores que el coeficiente de absorción específica (CAE) –que en
algunos países aparecerá en breve anunciado en el aparato– sólo hace referencia
al grado en que las emisiones de microondas desde la antena pueden calentar el
tejido biológico y que, de ningún modo, es aplicable a los efectos no térmicos
que las emisiones de un teléfono móvil tienen sobre el usuario.”
• “La eficacia de aparatos tales como carcasas protectoras y
auriculares ha de demostrarse teniendo en cuenta pruebas biológicas y no sólo
la reducción del valor CAE (determinado por la utilización de cabezas
“imaginarias”) que podría conseguirse con el uso de tales protectores. Debe
explicarse al consumidor que tales aparatos no proporcionan protección contra
el campo magnético de impulso de baja frecuencia procedente de la batería del
teléfono.”
• “En cuanto a los mecanismos de protección personal
con los que se pretende mejorar la inmunidad del usuario contra las
repercusiones negativas de la exposición (entre ellas las que proceden del
campo magnético de la batería) puede decirse que:
a) La eficacia de estos mecanismos debe establecerse
mediante pruebas biológicas.
b) Tales mecanismos no deben ser rechazados (como ha
sucedido en ciertas encuestas de consumo publicadas) alegando únicamente que su
uso no reduce el CAE, según la medición obtenida utilizando una cabeza
“imaginaria” puesto que no es esto para lo que se les ha diseñado.
Por consiguiente, el CAE es aquí una medida fundamentalmente
inapropiada para evaluar su eficacia.
Aunque el texto es claro voy a comentarlo para los no expertos. El informe explica que decirle a los consumidores cuál es el grado de absorción por los tejidos del cuerpo de las radiaciones –eso es el CAE– no basta para determinar el grado de peligrosidad del aparato. Porque eso sólo indica el grado de calentamiento, la elevación de temperatura que las microondas provocan en él, sobre todo en la cabeza. Y no basta porque las microondas tienen otros efectos negativos no térmicos; es decir, que además del peligroso aumento de temperatura en los tejidos hay otros efectos igualmente peligrosos (en realidad más, como explicaré en su momento). Eso es precisamente lo que llevó a los autores del informe a sugerir varias opciones de actuación a la Comisión Europea. Y lo hace descalificando cómo se han hecho las investigaciones efectuadas hasta ahora. Así, en su primera recomendación aconsejan que las próximas investigaciones que patrocine la Unión Europea se hagan sobre “organismos vivos” y no con cabezas artificiales rellenas de una simple solución salina (cabezas fantasma las llaman) donde la realidad bioquímica del cerebro no existe y con “teléfonos móviles” reales y no con “sustitutos” –generalmente campos generados artificialmente– “puesto que las emisiones tienen una repercusión biológica bastante diferente a consecuencia de ciertas diferencias en la frecuencia de los impulsos.“ Asimismo, se sugiere que se “preste una especial atención a las diferencias en las condiciones de exposición: si la exposición es resonante con respecto al tamaño, si se encuentra cerca o lejos de] campo de la antena, y si afecta a todo el cuerpo o es más localizada.”
Dicho de otro modo: es difícil encontrar evidencias científicas de algo cuando no se quieren encontrar. Y la mayor parte de los experimentos no se han hecho adecuadamente, es decir, con seres vivos y teléfonos reales. Eso sí, sirven para ganar tiempo y confundir a la opinión pública. Con la complicidad de algunos medios de comunicación que no quieren perder los sustanciosos ingresos que la publicidad de este sector les proporciona. Luego siempre podrán escudarse en que ellos se atuvieron a reflejar lo que decían los informes “científicos”. Y no tanto para tranquilizar sus conciencias sino para justificarse ante sus lectores, oyentes o telespectadores. Salvo que en realidad sean, sin más, unos incompetentes profesionalmente.
Asimismo, se aconsejan otras cosas:
Aunque el texto es claro voy a comentarlo para los no expertos. El informe explica que decirle a los consumidores cuál es el grado de absorción por los tejidos del cuerpo de las radiaciones –eso es el CAE– no basta para determinar el grado de peligrosidad del aparato. Porque eso sólo indica el grado de calentamiento, la elevación de temperatura que las microondas provocan en él, sobre todo en la cabeza. Y no basta porque las microondas tienen otros efectos negativos no térmicos; es decir, que además del peligroso aumento de temperatura en los tejidos hay otros efectos igualmente peligrosos (en realidad más, como explicaré en su momento). Eso es precisamente lo que llevó a los autores del informe a sugerir varias opciones de actuación a la Comisión Europea. Y lo hace descalificando cómo se han hecho las investigaciones efectuadas hasta ahora. Así, en su primera recomendación aconsejan que las próximas investigaciones que patrocine la Unión Europea se hagan sobre “organismos vivos” y no con cabezas artificiales rellenas de una simple solución salina (cabezas fantasma las llaman) donde la realidad bioquímica del cerebro no existe y con “teléfonos móviles” reales y no con “sustitutos” –generalmente campos generados artificialmente– “puesto que las emisiones tienen una repercusión biológica bastante diferente a consecuencia de ciertas diferencias en la frecuencia de los impulsos.“ Asimismo, se sugiere que se “preste una especial atención a las diferencias en las condiciones de exposición: si la exposición es resonante con respecto al tamaño, si se encuentra cerca o lejos de] campo de la antena, y si afecta a todo el cuerpo o es más localizada.”
Dicho de otro modo: es difícil encontrar evidencias científicas de algo cuando no se quieren encontrar. Y la mayor parte de los experimentos no se han hecho adecuadamente, es decir, con seres vivos y teléfonos reales. Eso sí, sirven para ganar tiempo y confundir a la opinión pública. Con la complicidad de algunos medios de comunicación que no quieren perder los sustanciosos ingresos que la publicidad de este sector les proporciona. Luego siempre podrán escudarse en que ellos se atuvieron a reflejar lo que decían los informes “científicos”. Y no tanto para tranquilizar sus conciencias sino para justificarse ante sus lectores, oyentes o telespectadores. Salvo que en realidad sean, sin más, unos incompetentes profesionalmente.
Asimismo, se aconsejan otras cosas:
• Que “se investigue de forma sistemática la influencia de
los diferentes tipos de impulsos (de teléfonos reales) sobre el EEG
(electroencefalograma humano) y, en el mejor de los casos, sobre el MEG
(magnetoencefalograma) y sobre si alguno de los cambios observados en los
espectros de potencia tienen correlación con los cambios en el nivel de caos
determinista.”
• Que sen utilicen “tecnologías nuevas no invasivas como la
emisión de biofotones para investigar la influencia de la radiación de los
teléfonos móviles en los organismos vivos.”
• Que a la hora de evaluar los efectos de la radiación de
los teléfonos móviles “se preste mayor atención a las lecciones aprendidas de
la exposición a otros tipos de campos de radiofrecuencia afines como los
Skrunda, los radares de policía y los militares.”
• Que conociendo el negativo efecto que las microondas han
tenido sobre el ganado vacuno que se encontraba en granjas en las que había una
estación base de telefonía “debería establecerse un servicio de control veterinario
que recogiera y analizara tales informaciones para difundirlas entre los
ganaderos y fueran conscientes de este peligro potencial para su ganado.”
• Y, por último, que “debería incrementarse (quizás bajo la
tutela de organismos reguladores nacionales) el conocimiento de la naturaleza
electromagnética de los organismos vivos y su consiguiente hipersensibilidad a
las señales electromagnéticas ultradébiles y coherentes.”
Y es que, como dice el informe, “lo que distingue a los
campos electromagnéticos producidos tecnológicamente de la mayoría de los
naturales es su mayor grado de coherencia. Eso significa que sus frecuencias
están especialmente bien definidas y, por tanto, son más fácilmente
perceptibles por los organismos vivos, entre ellos, los humanos. Lo cual
incrementa su potencial biológico y “abre la puerta” a la posibilidad de
distintos tipos de influencias no térmicas de frecuencia específica contra las
cuales las directrices de seguridad –como las emitidas por la Comisión
Internacional de Protección contra la Radiación No Ionizante– no garantizan
protección.“
Este último punto, debo añadir por mi parte, es crucial. Porque, contra lo que se dice y afirma, el mayor peligro de la telefonía móvil no está en su efecto térmico –que también– sino en las bajas frecuencias, en aquellas que se creen inofensivas porque no provocan aumento de calor. Y la razón es simple: actúan interfiriendo la comunicación celular de los seres vivos. Y, por tanto, provocar –entre otras muchas disfunciones– cáncer. Lo explicaré en detalle el mes que viene.
No quiero, en todo caso, terminar este primer texto introductorio sin recoger algunas otras expresiones significativas del informe que estoy comentando. Creo que su simple trascripción ilustrará al lector:
Este último punto, debo añadir por mi parte, es crucial. Porque, contra lo que se dice y afirma, el mayor peligro de la telefonía móvil no está en su efecto térmico –que también– sino en las bajas frecuencias, en aquellas que se creen inofensivas porque no provocan aumento de calor. Y la razón es simple: actúan interfiriendo la comunicación celular de los seres vivos. Y, por tanto, provocar –entre otras muchas disfunciones– cáncer. Lo explicaré en detalle el mes que viene.
No quiero, en todo caso, terminar este primer texto introductorio sin recoger algunas otras expresiones significativas del informe que estoy comentando. Creo que su simple trascripción ilustrará al lector:
• En la actualidad, una de las principales amenazas para la
salud de la sociedad es la ”electrocontaminación” producida por el hombre. Esta
contaminación electromagnética no ionizante de origen tecnológico es
especialmente perniciosa porque escapa a la percepción de los sentidos,
circunstancia que tiende a fomentar una actitud bastante inconsciente en
relación con la protección personal. Con todo, la naturaleza de la
contaminación es tal que, literalmente, “no hay lugar donde esconderse”.
Además, dado el tiempo relativamente escaso durante el cual la humanidad se ha
visto expuesta a ella no tenemos ninguna inmunidad evolutiva ni contra los
efectos nocivos que directamente pudiera tener sobre nuestros cuerpos, ni
contra las posibles interferencias con los procesos electromagnéticos naturales
de los que depende la homeostasis.
• Los intentos por abordar un problema que es
intrínsecamente no lineal desde una perspectiva lineal solo empeora las cosas:
el conocimiento obsoleto es peor que la ignorancia. El ignorante, por lo menos,
sabe que no sabe. En el caso de la telefonía móvil, no sólo ha habido poca
disposición por parte de los organismos oficiales para “coger la cuestión no
lineal por los cuernos” sino un lamentable fracaso a la hora de prestar
atención a las señales de perjuicio para humanos y animales causado por la
exposición a campos de impulsos de microondas de intensidad subtérmica.
• Con bastante razón, la gente sigue siendo escéptica ante
los intentos de dar noticias tranquilizadoras por parte del gobierno y de la
industria del sector, sobre todo, teniendo en cuenta la forma inmoral en que
con frecuencia actúan simbióticamente a fin de promover intereses creados, a
menudo bajo el corretaje de los organismos reguladores cuya función, según cabe
suponer, es asegurar que la seguridad de la gente no se vea comprometida por la
exposición electromagnética. Claro que teniendo en cuenta la reciente
experiencia con la duplicidad oficial respecto a la Encefalopatía Espongiforme
Bovina o Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (con las garantías iniciales de
inexistencia de riesgo y las posteriores revelaciones de encubrimientos) es
comprensible que la gente sea cauta sobre las garantías que ofrecen las fuentes
científicas estatales “oficiales” respecto a la contaminación electromagnética.
Este escepticismo se intensifica cuando, en el peor de los casos, se silencian
las opiniones contrarias al juicio oficial y, en la mejor de las ocasiones, se
ignoran cuidadosa y deliberadamente.
• La preocupación de la gente no es infundada y la ironía de
la situación actual respecto a los teléfonos móviles y las estaciones base es
que las directrices de seguridad existentes, sorprendentemente, proporcionan
mayor protección a la instrumentación electrónica que a los seres humanos
¿Empieza a creerme el lector? Lo que le hecho llegar no es
la elucubración de un grupo de alterados sino un informe científico editado
–infiero que bien a su pesar– por el servicio de publicaciones del propio
Parlamento Europeo y elaborado por científicos de renombre mundial. Y ahora
continúe, si le place, escuchando los tranquilizadores mensajes de nuestras
autoridades. Por mi parte, lo reitero una vez más: no nos van a callar. Ni en
éste ni en otros muchos temas.
Autor: José Antonio Campoy